¿Por qué nos preocupa tanto la frustración en los niños?
En las últimas décadas, la preocupación por el bienestar emocional de los niños ha ganado una atención prioritaria tanto en entornos familiares como escolares. Sin embargo, en este intento por protegerlos del sufrimiento, muchos padres y madres han comenzado a evitar que sus hijos enfrenten uno de los aspectos más inevitables de la vida: la frustración. ¿Es realmente tan dañina esta emoción como para esquivarla a toda costa? ¿O más bien, al impedirles vivirla, les estamos privando de una herramienta vital para su desarrollo personal, emocional y social?
La baja tolerancia a la frustración no es una patología ni un diagnóstico clínico oficial, pero su mención ha proliferado en consultas psicológicas, escuelas y en los hogares, donde se ha vuelto un recurso justificativo ante conductas desbordadas. Entender qué implica realmente esta expresión y cómo se relaciona con la crianza contemporánea resulta fundamental para formar individuos emocionalmente resilientes y responsables.
¿Qué estamos viendo en la práctica?
- Conductas frecuentes: Niños que lloran al mínimo contratiempo, que abandonan actividades si no logran resultados inmediatos, que reaccionan con violencia (patean, gritan, escupen) ante situaciones de límite o decepción, y que rechazan cualquier situación en la que no se satisfacen sus deseos.
- Justificaciones comunes: Padres que excusan estos comportamientos diciendo “es que se frustra”, “no soporta perder”, o “si lo obligo, se traumatiza”, transfiriendo la responsabilidad al temperamento del niño en lugar de cuestionar el entorno educativo.
- Entornos sobreprotectores: Ambientes donde se evita sistemáticamente que el niño experimente la frustración, suprimiendo toda incomodidad, fracaso o esfuerzo sostenido. Se ofrecen soluciones inmediatas, se retira la exigencia y se minimiza el valor del “no”.
¿Qué significa esto y por qué importa?
La frustración no es una enfermedad, ni una alergia estacional ni un síndrome emergente. Es una experiencia emocional natural que aparece cuando la realidad no cumple nuestras expectativas. En edades tempranas, es parte indispensable del aprendizaje y del desarrollo de habilidades como la paciencia, el esfuerzo, la autorregulación y la resolución de problemas.
Niños que no han desarrollado tolerancia a la frustración muestran mayor predisposición a:
- Trastornos de conducta (agresividad, desobediencia).
- Dificultades escolares (bajo rendimiento, abandono de tareas).
- Ansiedad anticipatoria ante cualquier situación de desafío.
- Baja autoestima, al sentirse incapaces de enfrentar dificultades cotidianas.
- Problemas de socialización: no toleran perder, ser corregidos o compartir.
Mientras generaciones anteriores enfrentaban la frustración como parte natural de crecer, las actuales parecen estar inmersas en una cultura del “todo resuelto” y del “todo permitido”, donde la frustración se evita como si fuera perjudicial per se. Esta actitud, aunque bienintencionada, ha mostrado tener efectos contrarios: niños menos autónomos, con menos recursos emocionales y más vulnerables frente a los imprevistos.
Este enfoque no desconoce que existen niños con trastornos neuropsicológicos o condiciones específicas que pueden influir en su tolerancia emocional. Sin embargo, la mayoría de los casos en consulta reflejan patrones de crianza más que predisposiciones clínicas.
Educar la tolerancia a la frustración desde la infancia es clave para formar adultos resilientes, adaptables y emocionalmente competentes. Esto se logra estableciendo límites claros, permitiendo que los niños enfrenten consecuencias naturales, validando sus emociones sin resolverles todo, y cultivando la paciencia y el esfuerzo como valores fundamentales.
¿Qué debemos aprender de esta tendencia?
La baja tolerancia a la frustración no es un problema del niño, sino del entorno que ha evitado prepararlo para las realidades de la vida. Criar con amor no es sinónimo de evitar todo sufrimiento, sino de acompañar en los momentos difíciles y permitir que el niño se equivoque, sienta, aprenda y crezca. Enseñar a nuestros hijos a frustrarse no es cruel; es, en realidad, una de las mayores muestras de amor y confianza que podemos darles.
Referencias y lecturas recomendadas:
- Martínez, Maribel (2015). La inteligencia emocional en los niños: Cómo ayudar a los hijos a entender y gestionar sus emociones. Ediciones Paidós.
- María de la Válgoma, Padres sin derechos, hijos sin deberes.
- González, Eva Millet (2016). Hiperpaternidad: Del modelo mueble al modelo altar. Plataforma Editorial.
- Maturana, Humberto y Verden-Zöller, Gerda (1992). Amor y juego: Fundamentos olvidados de lo humano. Editorial Dolmen.
- Seligman, Martin E. P. (2005). La construcción del optimismo: Cómo educar niños resilientes. Revista de Psicología Positiva.
La frase “tiene baja tolerancia a la frustración” es muy común. ¿La has escuchado o usado? Nos invita a reflexionar: ¿estamos evitando demasiado el malestar en la crianza de nuestros hijos?
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